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En el habla familiar del Perú decirle (a uno) vela verde es insultarlo gravemente, decirle zamba canuta (véase zambo). En el Ecuador se emplea la variante decirle hasta velaverde, formando vela y verde un verdadero compuesto en que el primer término ha perdido su acento prosódico y se ha hecho proclítico (1).

El origen del modismo está en la liturgia inquisitorial. Verde era el color tradicional del Santo Oficio, verde la gran cruz ceremonial llevada en alto, verde el campo central del estandarte, verde la cruz en la medalla usada por los inquisidores, verde la temida carroza en que se llevaba al acusado y, dentro del recinto del Tribunal, verdes los cirios que flanqueaban el gran crucifijo colocado ante un dosel de terciopelo también verde (2).

Pero la vela verde del dicho era concretamente la que el reo penitente y presunto hereje llevaba en la mano. Apagada antes de la reconciliación y encendida después de ella, simbolizaba la fe, supuestamente extinguida pero recuperable mediante la penitencia. Según un consultor del Santo Oficio (3), en la vela verde del penitente se representaban, asimismo, las tres virtudes teologales: la fe, en el pabilo ardiente; la esperanza, en el color de la cera; la caridad -es decir, el amor- en la propia llama.

En el estudio que hizo Palma de los Anales de la Inquisición de Lima abundan las referencias a procesados que salen al Auto de Fe con una vela verde en la mano. Palma reproduce la sentencia pronunciada en 1760 contra un pintor y músico de París, por la cual se ordena que el reo salga, en un Auto de Fe, "de penitente, con sambenito de media aspa, coroza (4), soga al cuello, mordaza y vela verde en la mano".

El notable erudito limeño Pablo de Olavide fue acusado y preso en Madrid en 1776 por lecturas "ímpías" de Rousseau y Voltaire. A fines de 1778 salió a un Autillo privado (ante unas sesenta personas distinguidas, la mayoría sus amigos) «en forma de reo, con un vela verde apagada en la mano». Declarado «hereje positivo y formal», fue condenado a confiscación de bienes, inhabilitación para ejercer cargos, destierro perpetuo de la Corte y ocho años de reclusión en un convento. Olavide, anonadado por la desesperación y la vergüenza, interrumpió la lectura de los cargos diciendo: «Yo nunca he perdido la Fe». Y cayó al suelo sin sentido.

No es de extrañar, pues, que mientras duró aquel verdadero terror verde no hubiera insulto más grave y peligroso que el de hereje, decirle a uno vela verde era una forma eufemística de llamarlo hereje. Olvidado este sentido, la expresión quedó como un modismo más, detrás de cuyo aparente capricho se esconde una historia tenebrosa y coherente.

Martha Hildebrandt, Peruanismos,
Biblioteca Nacional del Perú, 1994


Notas

  1. Santamaría (Diccionario general de americanismos, s. v.) equipara decirle a uno hasta verla verde con la expresión, también ecuatoriana, decirle a uno hasta botija verde, 'colmarlo de improperios'. La sustitución de vela por botija puede haberse apoyado en el olvido del sentido original de vela verde.

  2. El Diario de Lima de los Mugaburu (anotación del 27 de setiembre de 1666, pág. 80) describe la entrada del Alguacil mayor del Santo Oficio «con el estandarte con su cruz verde». En los libros del Cabildo de Lima se describe un Auto de Fe realizado en 1625; el Vicario general de la orden de Santo Domingo llevaba «la cruz verde de más de dos varas y media de alto» que se colocó juntó al cadalso (apud Palma, Tradiciones, pág. 1216).

  3. Bermúdez de la Torre, citado por Palma, ob. cit. pág. 1231.

  4. Gorra en forma de cucurucho


 

 


 



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